Este 24 de marzo se conmemoran 45 años del trágico asesinato de monseñor Óscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador, quien fue ultimado mientras celebraba la misa en la capilla del hospital La Divina Providencia. Su muerte, a manos de un francotirador, marcó un hito en la historia reciente de El Salvador, dejando una huella imborrable en el corazón del pueblo salvadoreño.
Aquel lunes fatídico de 1980, mientras Romero predicaba un mensaje de paz y justicia, un disparo mortal puso fin a su vida. La escena, confusa y caótica, fue presenciada por varios de los feligreses que se encontraban en la misa, quienes nunca olvidarán el impacto y el horror del momento. Monseñor Romero, conocido por su firme denuncia contra las injusticias sociales y la violencia del régimen, ya había sido blanco de amenazas antes de su muerte.
Una voz incansable por los derechos humanos
En su última homilía, días antes de su muerte, monseñor Romero había suplicado en nombre de Dios y del pueblo sufriente de El Salvador: «¡Cese la represión!» Sus palabras resonaron con fuerza, no solo en el país, sino también a nivel internacional, dejando claro su compromiso con la lucha por los derechos humanos y la justicia social en un contexto de guerra civil.
El proceso judicial sin justicia
A pesar de que el crimen fue atribuido a los escuadrones de la muerte y se identificaron a varios responsables materiales e intelectuales, el asesinato de Romero sigue siendo un símbolo de impunidad. A lo largo de los años, el caso ha sido reabierto en diversas ocasiones, pero la falta de avances concretos en las investigaciones sigue siendo una realidad frustrante para los familiares de la víctima y los defensores de los derechos humanos.
El caso fue reabierto en 2017, y desde entonces, las diligencias judiciales se han detenido, a pesar de las pruebas y testimonios que apuntan a la participación de altos mandos militares en el asesinato. Los responsables, como el excapitán Álvaro Saravia, siguen sin ser procesados. Este silencio y la falta de resolución continúan alimentando las demandas de justicia que persisten en la sociedad salvadoreña.
Un legado que perdura
A pesar de los obstáculos y la falta de justicia, el legado de monseñor Romero sigue vivo. Hoy, a 45 años de su muerte, su figura es recordada no solo como un mártir, sino también como un símbolo de resistencia frente a la opresión. Su vida y su martirio siguen inspirando a generaciones de salvadoreños que luchan por un país más justo, más solidario y más humano.
Mientras tanto, las voces que exigen justicia por su asesinato continúan alzándose, con la esperanza de que algún día los responsables sean juzgados y que su legado se vea reflejado en un El Salvador que viva en paz y con dignidad para todos.