Por: Cesar Ríos
Director AAMES
Asociación Agenda Migrante El Salvador
El reciente anuncio del gobierno de Panamá de cerrar la selva del Darién y repatriar a los migrantes que cruzan ilegalmente es una medida que, aunque polémica, ha desviado la atención de la verdadera crisis que enfrenta nuestra región. No estamos ante una crisis migratoria; lo que realmente está ocurriendo es una profunda crisis de desarrollo y gobernanza en los países de origen de estos migrantes.
El discurso dominante que presenta a la migración como el problema central es, en realidad, un espejismo que oculta fallos sistémicos mucho más graves. Miles de personas no abandonan sus hogares, familias y comunidades por voluntad propia; lo hacen porque se ven forzadas a escapar de la pobreza extrema, la violencia desenfrenada, la falta de oportunidades y la inestabilidad política. La migración es una respuesta desesperada a las condiciones insostenibles en sus países de origen.
Panamá y Estados Unidos pueden intentar cerrar el paso a través del Darién, pero esta medida no es más que una solución parche que no aborda las causas profundas de la migración. La selva del Darién, con su terreno inhóspito y peligroso, ha sido una ruta de escape para aquellos que buscan un futuro mejor. Al bloquear este paso, simplemente se desplaza el problema, empujando a los migrantes a rutas aún más peligrosas y costosas, donde su vulnerabilidad aumenta exponencialmente.
La Asociación Águeda Migrante El Salvador (AAMES) ha sido clara en su posicionamiento: la verdadera crisis es la incapacidad de los gobiernos para satisfacer las necesidades básicas de sus poblaciones y alcanzar acuerdos políticos que promuevan el bien común. La falta de desarrollo y la mala gobernanza son los motores que impulsan a la gente a emigrar. Sin un compromiso serio para abordar estas cuestiones fundamentales, cualquier medida de control migratorio será insuficiente y, en muchos casos, inhumana.
El énfasis debería estar en promover el desarrollo sostenible, mejorar las condiciones de vida y fortalecer las instituciones democráticas en los países de origen. Es crucial entender que las políticas de cierre y repatriación no detendrán la migración; solo la harán más peligrosa y traumática para quienes ya están en una situación desesperada. Los migrantes no son criminales; son víctimas de sistemas que no han logrado proporcionarles una vida digna y segura.
La narrativa de la «crisis migratoria» es una distracción conveniente que permite a los gobiernos desviar la responsabilidad de sus propios fracasos. Es más fácil culpar a los migrantes que enfrentar las complejas y dolorosas realidades de la falta de desarrollo y los conflictos políticos internos. Sin embargo, esta táctica no resuelve nada y solo perpetúa el sufrimiento humano.
Es hora de que los gobiernos de la región, junto con la comunidad internacional, adopten un enfoque más honesto y valiente. Debemos reconocer que la migración es una consecuencia de crisis más profundas que deben ser abordadas de raíz. Invertir en desarrollo económico, educación, salud y seguridad es la única manera de ofrecer a las personas alternativas reales a la migración forzada.
Entonces, la verdadera crisis no es la migración; es la crisis de gobernanza y desarrollo en los países de origen. Hasta que no enfrentemos estas realidades, las medidas como el cierre del Darién serán simplemente paliativos ineficaces y moralmente cuestionables. La humanidad y la justicia deben guiar nuestras políticas, no el miedo y la represión. Solo así podremos construir un futuro en el que nadie se vea obligado a dejar su hogar en busca de supervivencia y dignidad.