Querida mamá:
Hoy quiero escribirte algo que llevo guardado desde hace mucho tiempo… algo que, ahora que soy más grande, por fin entiendo con el corazón. Y aunque suene extraño, tengo que decírtelo: tú siempre me mentiste.
Me mentiste cuando decías que no tenías hambre, solo para que yo me comiera el único huevito que había en la casa. Me mentiste cuando me decías que éramos ricos, porque teníamos un techo —aunque fuera humilde, aunque lloviera dentro. Me mentiste cuando me llamabas el niño más guapo del mundo, aunque anduviera con los pantalones remendados y los zapatos rotos.
Me decías que todo estaba bien, aunque yo ahora sé que muchas veces no lo estaba. Que luchabas por dentro, que llorabas en silencio cuando no te veíamos. Me decías que eras una superhéroe porque tenías dos trabajos… y era verdad, aunque en ese entonces no entendía el cansancio que eso significaba, ni el amor que implicaba dejarte siempre al final de tu propia lista.
Mentiste todos los días, mamá. Decías que no estabas cansada, que no te dolía nada, que no necesitabas ayuda. Decías que la vida era fácil, para que nosotros creyéramos que el mundo era bonito.
Y ahora que comprendo todo eso, solo puedo darte las gracias.
Gracias por cada mentira piadosa, por cada sonrisa forzada, por cada abrazo que diste aun sin fuerzas. Gracias por esconder tus miedos para que nosotros aprendiéramos a ser valientes. Por callar tus tristezas para que creciéramos alegres.
Sí, mamá, tú eres una mentirosa. Pero no cualquier mentirosa. Eres la mejor.
Porque mentiste para protegernos. Para que tuviéramos una infancia digna, una vida con valores, una esperanza firme en el futuro. Y no hay mentira más noble que esa.
Esa eres tú. Mi mamá. Mi heroína. Mi ejemplo. La mujer que mintió para que sus hijos crecieran hechos de bien.
Y por eso, en este Día de la Madre, solo quiero decirte que te amo con toda el alma… y que no cambiaría ni una sola de tus mentiras, porque gracias a ellas soy quien soy.
Esa es mi mamá. La mejor de todas.
Con todo mi amor,
Tu hijo(a)