/Foto ITV El Salvador 

Es la joya por excelencia del Renacimiento, movimiento que catapultó el arte, la arquitectura, la literatura y la ciencia durante los siglos XV – XVI. Es considerada la ciudad más bella del mundo. Y no es para menos, Florencia (capital de la región Toscana de Italia que no supera los 400 mil habitantes) concentra la mayor cantidad de obras maestras del planeta: esculturas, pinturas, frescos y monumentos arquitectónicos, atractivos para turistas que llegan de todo el mundo a este paraíso del arte, la cultura y la buena mesa.

Las calles estrechas, que conectan una plaza tras otra, a cual guarda mayores tesoros de la historia del arte  universal hacen olvidar al visitante las necesidades del transporte público, aunque la ciudad dispone de autobuses, carruajes tirados por caballos y hasta triciclos para pasajeros; además de la red de trenes de alta velocidad que la conectan con otros puntos neurálgicos de Italia: Roma, Venecia y Milán, por mencionar algunos.

Florencia se ha coronado como la joya del Renacimiento, ese periodo de esplendor que supuso -desde principios de 1400 hasta finales de 1500- un  cambio de visión del mundo y la salida paulatina del oscurantismo medieval, un tiempo en que empezaron a congeniar los aportes de las artes, el humanismo y la ciencia, con los dogmas de la iglesia que dominaron los mil años anteriores.

Mientras Florencia ya capitaneaba la modernidad del mundo europeo en el llamado “Quattrocento”, siglo XVI,  y apuntalaba las bases de su desarrollo para el “Cinquecento”, siglo XVI, otras potencias del viejo mundo como los reinos ibéricos que hoy forman el Reino de España se embarcaban también en el descubrimiento y conquista del nuevo mundo, con el primer viaje de Cristóbal Colón que lo llevó a tierras  americanas  en 1492 e inició así el descubrimiento y conquista, que se consumaría en el primer cuarto del siglo XVI.

Florencia testifica en cada rincón su proceso histórico;  al acercarse a la ciudad se divisan los singulares tejados rojos y la formidable cúpula de la Catedral de Santa María de Fiore, que sobresale en el valle. Esta es proeza del Renacimiento que revolucionó las técnicas constructivas de la época, con una cúpula de 90 metros de altura, que desafió el vértigo y la concepción de los patrones arquitectónicos.
Ahí dejó su sello el arquitecto Filippo Brunelleschi (1377 – 1446), quien aceptó el reto de coronar la catedral inconclusa de Florencia, construyendo una estructura sostenida por gravedad y contrapesos, sin armazón, más que el ladrillo enganchado con una técnica que revolucionó la arquitectura para siempre.

El frontón de la catedral y el campanario que dominan la plaza del Duomo junto al Baptisterio de San Juan son unas bellas composiciones construidas con mármol blanco de Carrara, mármol verde de Prato y mármol rojo de Siana.

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